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Trabajar en Carmela fue, sin buscarlo, de las experiencias más gratificantes de mi vida.

Éramos un equipo pequeño y yo una novata, pero cada uno tenía su papel y rápidamente la cosa empezó a funcionar. A veces cuesta congeniar con compañeros o jefes, sobre todo cuando llegan momentos de estrés, pero en mi caso todos me lo pusieron muy fácil desde el primer día.

Sin darme cuenta, pasó el tiempo y al final del verano me quedé con un montón de momentos a los que siempre les guardaré mucho cariño, y todo gracias al grupo que hicimos.

En cuanto al sitio, la verdad es que es inmejorable y, claro está, cuenta con unas vistas espectaculares (siempre pasadas por naranja). A la gente esto también le pone de buen humor, así que siempre había muy buen ambiente en la terraza, acompañado de buena música y aún mejor comida (las zamburiñas y los postres, mi parte favorita de la carta).

Y es que Carmela es de esos sitios que nunca quieres dejar y siempre te invita a volver, por eso nunca olvidaré ese verano y todo lo que me dio.